
Fragmento Día 1:
"Bebimos y estuvimos despiertos hasta las 4 de la mañana, platicamos increiblemente y después, a dormir... El siguiente, sería un día muy, muy largo y con muy poco tiempo."
.........
Programé mi alarma del celular a las 9 de la mañana. La verdad es que había bebido demasiado, que ni cuenta me di de a qué hora se acostó Fernando, y eso que la cama se movía horriblemente con solo acomodarse uno. La delgada cortina que cubría la ventana, dejaba pasar casi por completo los rayos del sol, por lo que antes de la hora programada, mis ojos se abrieron, consulté el reloj... eran a penas las 8:30, pero me sentía muy cansado, por lo que la volví a poner a las 10.
9:40 am TOC!, TOC!, TOC!... Fernando saltó de la cama y asustado preguntó "¿Qué pasó?"; yo apenas abrí los ojos, voltié a verlo y le dije: "Tranquilo, debe de ser Leonela, duérmete", jajaja y sin pensarlo se volvió a dormir, dejándola parada en la puerta. En punto de las 10 sonó mi despertador y Fer se levantó directo a la ducha, yo aproveché para seguir durmiendo. Cuando salió, no tuve más remedio que despertarme, estirarme y meterme al agua.
Con sólo sentarme en la cama, sentí que el estómago se me saldría por la boca y la nariz... definitivamente tenía una cruda marca Diablo. Corrí al baño para evitar un "accidente", pero nada, sólo era la asquerosa sensación de náuseas. Abrí la regadera con el agua caliente y así me metí, casi me sentía en un caldo de pollo, pero había leído que un cambio brusco de temperatura hace reaccionar al cuerpo. Terminé de bañarme, y antes de cerrar las llaves de agua, abrí por completo la fría y cerré la caliente. ¡El shock fue terrible!, por la noche la temperatura bajó considerablemente y el agua helada se sentía como miles de cuchillos cayendo sobre mi; no grité para que Fernando no se riera de mi.
Realmente funcionó; me sentía despierto, fresco y animado. Salí pasadito de las 11; Fernando estaba parado en la puerta con una botellita de agua mineral en la mano, "¡Justo lo que necesito!", pensé y le pedí un poco, le dí un buen trago y lo escupí inmediatamente. "¡Estás loco!, ¿Qué te pasa wey?, ¡esto es Whisky!, ¡NO MAMES!, todavía ni desayunas cabrón", le dije; él sólo se rió y me dijo "No hay que perder tiempo".
Salimos del cuarto. Mi hermana y mi prima nos esperaban desesperadas porque tenían hambre y ya eran casi las 11:30 de la mañana. Bajamos el montón de escalones que nos separaban de las empinadas calles de Real de Catorce. Decidimos desayunar en unos pequeños puestecillos de comida tradicional potosina (Tacos rojos, enchiladas y gorditas), a unas cuadras de nuestro hotel.
Tan sólo oler la grasa con la que freían la comida, me devolvió el asco y el dolor de cabeza. "Yo nada más quiero una Coca, no creo poder comer nada más", dije. Se rieron de mi cuando no pude ni tomarme el refresco, el asco no me dejó. Se acercó a nosotros un chavo que nos ofrecía un paseo en Willy's, 3 horas en un Jeep de los años 40, que pasaría por toda la sierra, hasta bajar al desierto. $120 pesos no sonaba nada mal, por lo que de inmediato dijimos que si, pero que nos esperara, pues tenían que terminar de desayunar y después teníamos que ir al hotel por nuestras cosas; el chavo se ofreció a llevarnos al hotel y de ahí partir hacia la aventura.
Yo no pude aguantar más, les dije que no desayunaría y que los esperaba en el hotel, quería descansar un poco más, me sentía realmente de la fregada. Camino a la habitación, pasé por una tienda, compré dos Sal De Uvas, una botella de agua y un Gatorade. Llegando me tomé los dos sobres con el "remedio" y me tiré a dormir. Casi 40 minutos después llegó Fernando, arreglamos todas nuestras cosas y bajamos. El carrito era bastante mono: un compacto camioncito color azul, casi cayéndose a pedazos, estaba estacionado en la entrada de nuestro hotel. Por las condiciones en las que yo estaba, pedí el asiento de adelante. Dos chavos más se subieron en la parte de atrás, junto con mi hermana y Leonela. El loco de Fernando, decidió irse en el techo del Willy.
En cuanto arrancó, parecía que el Jeep se desarmaría por completo, todo le tronaba... hasta la reversa. En poco tiempo dejamos atrás el pueblo fantasma en el que estábamos y comenzamos a bajar por una pronunciada pendiente a la orilla de altos barrancos y escarpados riscos. Cuando me di cuenta de que por el camino en el que íbamos sólo podría pasar un carro, y que la altura del barranco por el que pasábamos era muy, pero muy considerable, la peda, cruda o lo que fuera, se me quitó en ese maldito instante. "Ángel del buen camino, acompáñanos y llévanos con bien a nuestro destino", era lo que rezaba constantemente en mi cabeza, una oración que mi abuela nos enseñó desde que estábamos pequeños... Y que mejor momento que ese para emplearla.
Bajamos, y bajamos, mientras yo rezaba y rezaba, y seguía rezando. Una hora y algo después, llegamos al desierto. La carretera pasaba justo por en medio de una inmensa planicie llena de arbustos pequeños y palmeras de desierto. *De pronto, un ruido ensordecedor nos aturdió a todos, el aire elevaba enormes nubes de polvo y el Jeep se movía de un lado a otro. "¡Agárrense!", gritó nuestro guía, mientras el auto empezaba a girar lentamente. Me asomé por la ventana, no podía creer lo que estaba viendo por fuera, era algo que sólo había visto en las películas y que no sabía que también pasara en nuestro país. Me quedé asombrado por la belleza de ese fenómeno, pero también me moría de miedo por dentro. Tenía ante mi un enorme tornado que subía hasta el cielo. No se cuánto tiempo pasó, sentí que fueron horas, pero poco a poco ese monstruo fué desapareciendo, y después de unos minutos de calma, retomamos el camino.
Por fin nos detuvimos. Mi chamarra negra, era ahora blanca de tanta tierra y arena de desierto. Fernando saltó del techo, se sacudió todo el polvo y me dijo: Ponte a buscar. No supe a qué se refería, sólo caminé siguiendo al guía. Todos formamos un semi círculo alrededor de una pequeña flor con forma de espinas que estaba en el piso, debajo de un pequeño matorral, como los que abundaban en todo el desierto. "Esto, es un peyote brujo, una rara especie de cáctus que crece debajo de estos matorrales que se llaman Gobernadora. Este peyote no se come, es tóxico, en cambio, tiene unos vellitos que se fuman como si fuera marihuana", dijo el guía. "Si se fijan bien", continuó, "Encontrarán esta especie de cáctus con forma de flor verde, ese es el peyote huichol, ese es el que se come y te da buenos viajes, a eso venimos, a buscarlo. ¡Vamos!, busquen, aquí hay mucho".
No tuvo que decírnoslo dos veces. Nos explicó que hay dos tipos de peyote comestible, el macho y la hembra. El macho se encuentra solo, debajo de una gobernadora, mientras que la hembra se encuentra igual, debajo de ese matorral, pero rodeada de muchos peyotes más. También nos dijo que no todos tienen el efecto alucinógeno, tiene que ser un peyote maduro, con más de 6 o 7 gajos,ya que los pequeños no tienen el narcótico que todos buscamos.
Encontrarlos no fué tan fácil como creimos, pues a pesar de que abunda en casi todas las gobernadoras, se encuentra cubierto por la tierrecilla del desierto, por lo que es muy difícil verlo. Hallar una pieza fue como un trofeo. Realmente, estar ahí buscando el "Fruto sagrado de los Huicholes", era como estar de cacería. Cuenta la leyenda, que el pueblo Huichol se encontraba hace muchos, muchos años, muriendo por hambre y enfermedades, por lo que los ancianos de la tribu, mandaron a cuatro cazadores al desierto, a ver que encontraban. Durante días persiguieron a un venado que los llevaba de un lugar a otro. Cuando por fin estuvieron cerca de él, el animal saltó detrás de una gobernadora y desapareció. Los cazadores corrieron a su encuentro, pensando que se habría metido en una grieta del suelo, pero lo que hallaron, fue un grupo de peyotes con forma de venado. Lo cortaron y lo llevaron ante los ancianos, lo repartieron entre la gente y el hambre y las enfermedades desaparecieron. Desde entonces, el peyote es sagrado para la comunidad indígena de la región. Sin embargo, grupos de turistas como nosotros, vamos en busca de él sólo por diversión, sin ningún fin espiritual o medicinal.
Después de casi una hora de estar buscando, conseguimos lo suficiente para un viaje para cada uno. Se necesitan dos peyotes grandes para alucinar chido, sin malviajes, al menos eso nos dijo el guía. Probarlo, pero sobre todo tragarlo fue toda una experiencia. El sabor es realmente asqueroso, es más, no se como describirlo, es amarguísimo, ácido, biscozo y suave, todo a la vez. "Ahorita no van a sentir nada, toma una o dos horas en hacer efecto, en lo que lo digieren, y el viaje puede durar entre 5 y 6 horas", nos dijo el chavo. Seguimos con el trayecto, ahora de regreso.
Subimos otra vez el empinado camino empedrado. En el trayecto, comíamos gajitos de peyote poco apoco; mi hermana no soportó el amargo sabor y lo escupió: mejor, más para nosotros tres. Llegamos a un conjunto de ruinas justo en el medio de dos enormes montañas. Una altísima chimenea se levantaba entre las rocas de las paredes de los cerros. Bajamos y admiramos la belleza del lugar. Las paredes de las construcciones estaban cubiertas de musgo verde y crecían entre ellas enormes plantas y agaves gigantes.
"Esta, es la mina el Socavón, una de las más importantes de todo el Real. De cada tonelada extraida de la mina, 900 kilos eran plata pura y 100 kilos eran escombro o desecho. Se dice que aquí habitaba un grupo indígena llamado Los Negritos, que sabían perfectamente que la plata valía mucho para los blancos. Un español que sabía de las altas concentraciones del metal, envió a 14 guerreros a entablar un tratado de paz con el líder de la tribu, pero éste les cortó la cabeza y las colgó en los 4 cerros que rodean a Real, de ahí viene el nombre de Real de Catorce, por los guerreros que murieron tratando de establecer la paz", nos contó nuestro guía.
Después de la explicación, salimos a explorar. Era realmente impresionante sentir el aire fresco, y sobre todo puro, entrar en los pulmones y salir. Caminamos hacia la entrada de la mina. Un viento extremadamente frío salía de ella, y la obscuridad interna hacía que un escalofrío recorriera todo mi cuerpo, era como ver una boca de lobo abierta de par en par, y nosotros nos disponíamos a entrar.
No se en qué momento me autonombré "guía oficial", pero yo iba al frente de todos. Nuestros pasos hacían eco cuando pisábamos el suave piso fangoso de la cueva. La obscuridad era total. Saqué mi celular, pero su luz solo alumbraba unos cuántos centímetros al frente. Uno de los chicos que venían con nosotros, sacó una pequeña lamparilla que tenía su celular, y ya con los dos alumbramos el camino. Avanzamos 20 metros aproximadamente, cuando una mancha negra en el suelo me hizo detener el paso. ¡Alto!, les dije, "Hasta aquí llegamos" - Un agujero estaba al frente de nosotros, en el que se encontraba una pequeña caida de agua. Dimos meda vuelta y regresamos. Leonela y yo moríamos de sed, y sin pensarlo, tomamos un poco de la helada agua que corria por la cueva. Deliciosa.
Las horas habían pasado sin que nos diéramos cuenta. Abordamos de nuevo el Jeep y emprendimos el regreso. Nos quedaba muy poco tiempo antes de alcanzar el último autobús que sale de Real. Llegamos al pueblo, compramos algunas cosillas y corrimos hacia la entrada. El túnel Ogarrio nos esperaba, obscuro y frío, tal y como lo habíamos dejado el día anterior. Esperamos algunos minutos y subimos al camioncito.
No se qué pasó.... fue como si nos hubieran activado un chip a los tres, pero Leonela, Fernando y yo nos volteamos a ver casi al mismo tiempo. "¿Ves lo que yo?", me preguntó Fer. "No se que veas tu, pero veo algo", le dije. Leonela se volvió hacia mi y me dijo "¿Sientes algo?"... "si, definitivamente si, pero chido ¿no?", le contesté. "bien chido", me confirmó.
Y ahí comenzó el segundo viaje... pero eso se los cuento después.
*Pd. Exageré con lo del tornado, no dimos vueltas, ni había aire, ni tierra, ni nos asustamos jajaja si lo vimos, pero muy, muy lejos de nosotros. Nada más era para hacerlo más interesante. Un abrazo a todos y espero sus comentarios.
"Bebimos y estuvimos despiertos hasta las 4 de la mañana, platicamos increiblemente y después, a dormir... El siguiente, sería un día muy, muy largo y con muy poco tiempo."
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Programé mi alarma del celular a las 9 de la mañana. La verdad es que había bebido demasiado, que ni cuenta me di de a qué hora se acostó Fernando, y eso que la cama se movía horriblemente con solo acomodarse uno. La delgada cortina que cubría la ventana, dejaba pasar casi por completo los rayos del sol, por lo que antes de la hora programada, mis ojos se abrieron, consulté el reloj... eran a penas las 8:30, pero me sentía muy cansado, por lo que la volví a poner a las 10.
9:40 am TOC!, TOC!, TOC!... Fernando saltó de la cama y asustado preguntó "¿Qué pasó?"; yo apenas abrí los ojos, voltié a verlo y le dije: "Tranquilo, debe de ser Leonela, duérmete", jajaja y sin pensarlo se volvió a dormir, dejándola parada en la puerta. En punto de las 10 sonó mi despertador y Fer se levantó directo a la ducha, yo aproveché para seguir durmiendo. Cuando salió, no tuve más remedio que despertarme, estirarme y meterme al agua.
Con sólo sentarme en la cama, sentí que el estómago se me saldría por la boca y la nariz... definitivamente tenía una cruda marca Diablo. Corrí al baño para evitar un "accidente", pero nada, sólo era la asquerosa sensación de náuseas. Abrí la regadera con el agua caliente y así me metí, casi me sentía en un caldo de pollo, pero había leído que un cambio brusco de temperatura hace reaccionar al cuerpo. Terminé de bañarme, y antes de cerrar las llaves de agua, abrí por completo la fría y cerré la caliente. ¡El shock fue terrible!, por la noche la temperatura bajó considerablemente y el agua helada se sentía como miles de cuchillos cayendo sobre mi; no grité para que Fernando no se riera de mi.
Realmente funcionó; me sentía despierto, fresco y animado. Salí pasadito de las 11; Fernando estaba parado en la puerta con una botellita de agua mineral en la mano, "¡Justo lo que necesito!", pensé y le pedí un poco, le dí un buen trago y lo escupí inmediatamente. "¡Estás loco!, ¿Qué te pasa wey?, ¡esto es Whisky!, ¡NO MAMES!, todavía ni desayunas cabrón", le dije; él sólo se rió y me dijo "No hay que perder tiempo".
Salimos del cuarto. Mi hermana y mi prima nos esperaban desesperadas porque tenían hambre y ya eran casi las 11:30 de la mañana. Bajamos el montón de escalones que nos separaban de las empinadas calles de Real de Catorce. Decidimos desayunar en unos pequeños puestecillos de comida tradicional potosina (Tacos rojos, enchiladas y gorditas), a unas cuadras de nuestro hotel.
Tan sólo oler la grasa con la que freían la comida, me devolvió el asco y el dolor de cabeza. "Yo nada más quiero una Coca, no creo poder comer nada más", dije. Se rieron de mi cuando no pude ni tomarme el refresco, el asco no me dejó. Se acercó a nosotros un chavo que nos ofrecía un paseo en Willy's, 3 horas en un Jeep de los años 40, que pasaría por toda la sierra, hasta bajar al desierto. $120 pesos no sonaba nada mal, por lo que de inmediato dijimos que si, pero que nos esperara, pues tenían que terminar de desayunar y después teníamos que ir al hotel por nuestras cosas; el chavo se ofreció a llevarnos al hotel y de ahí partir hacia la aventura.
Yo no pude aguantar más, les dije que no desayunaría y que los esperaba en el hotel, quería descansar un poco más, me sentía realmente de la fregada. Camino a la habitación, pasé por una tienda, compré dos Sal De Uvas, una botella de agua y un Gatorade. Llegando me tomé los dos sobres con el "remedio" y me tiré a dormir. Casi 40 minutos después llegó Fernando, arreglamos todas nuestras cosas y bajamos. El carrito era bastante mono: un compacto camioncito color azul, casi cayéndose a pedazos, estaba estacionado en la entrada de nuestro hotel. Por las condiciones en las que yo estaba, pedí el asiento de adelante. Dos chavos más se subieron en la parte de atrás, junto con mi hermana y Leonela. El loco de Fernando, decidió irse en el techo del Willy.
En cuanto arrancó, parecía que el Jeep se desarmaría por completo, todo le tronaba... hasta la reversa. En poco tiempo dejamos atrás el pueblo fantasma en el que estábamos y comenzamos a bajar por una pronunciada pendiente a la orilla de altos barrancos y escarpados riscos. Cuando me di cuenta de que por el camino en el que íbamos sólo podría pasar un carro, y que la altura del barranco por el que pasábamos era muy, pero muy considerable, la peda, cruda o lo que fuera, se me quitó en ese maldito instante. "Ángel del buen camino, acompáñanos y llévanos con bien a nuestro destino", era lo que rezaba constantemente en mi cabeza, una oración que mi abuela nos enseñó desde que estábamos pequeños... Y que mejor momento que ese para emplearla.
Bajamos, y bajamos, mientras yo rezaba y rezaba, y seguía rezando. Una hora y algo después, llegamos al desierto. La carretera pasaba justo por en medio de una inmensa planicie llena de arbustos pequeños y palmeras de desierto. *De pronto, un ruido ensordecedor nos aturdió a todos, el aire elevaba enormes nubes de polvo y el Jeep se movía de un lado a otro. "¡Agárrense!", gritó nuestro guía, mientras el auto empezaba a girar lentamente. Me asomé por la ventana, no podía creer lo que estaba viendo por fuera, era algo que sólo había visto en las películas y que no sabía que también pasara en nuestro país. Me quedé asombrado por la belleza de ese fenómeno, pero también me moría de miedo por dentro. Tenía ante mi un enorme tornado que subía hasta el cielo. No se cuánto tiempo pasó, sentí que fueron horas, pero poco a poco ese monstruo fué desapareciendo, y después de unos minutos de calma, retomamos el camino.
Por fin nos detuvimos. Mi chamarra negra, era ahora blanca de tanta tierra y arena de desierto. Fernando saltó del techo, se sacudió todo el polvo y me dijo: Ponte a buscar. No supe a qué se refería, sólo caminé siguiendo al guía. Todos formamos un semi círculo alrededor de una pequeña flor con forma de espinas que estaba en el piso, debajo de un pequeño matorral, como los que abundaban en todo el desierto. "Esto, es un peyote brujo, una rara especie de cáctus que crece debajo de estos matorrales que se llaman Gobernadora. Este peyote no se come, es tóxico, en cambio, tiene unos vellitos que se fuman como si fuera marihuana", dijo el guía. "Si se fijan bien", continuó, "Encontrarán esta especie de cáctus con forma de flor verde, ese es el peyote huichol, ese es el que se come y te da buenos viajes, a eso venimos, a buscarlo. ¡Vamos!, busquen, aquí hay mucho".
No tuvo que decírnoslo dos veces. Nos explicó que hay dos tipos de peyote comestible, el macho y la hembra. El macho se encuentra solo, debajo de una gobernadora, mientras que la hembra se encuentra igual, debajo de ese matorral, pero rodeada de muchos peyotes más. También nos dijo que no todos tienen el efecto alucinógeno, tiene que ser un peyote maduro, con más de 6 o 7 gajos,ya que los pequeños no tienen el narcótico que todos buscamos.
Encontrarlos no fué tan fácil como creimos, pues a pesar de que abunda en casi todas las gobernadoras, se encuentra cubierto por la tierrecilla del desierto, por lo que es muy difícil verlo. Hallar una pieza fue como un trofeo. Realmente, estar ahí buscando el "Fruto sagrado de los Huicholes", era como estar de cacería. Cuenta la leyenda, que el pueblo Huichol se encontraba hace muchos, muchos años, muriendo por hambre y enfermedades, por lo que los ancianos de la tribu, mandaron a cuatro cazadores al desierto, a ver que encontraban. Durante días persiguieron a un venado que los llevaba de un lugar a otro. Cuando por fin estuvieron cerca de él, el animal saltó detrás de una gobernadora y desapareció. Los cazadores corrieron a su encuentro, pensando que se habría metido en una grieta del suelo, pero lo que hallaron, fue un grupo de peyotes con forma de venado. Lo cortaron y lo llevaron ante los ancianos, lo repartieron entre la gente y el hambre y las enfermedades desaparecieron. Desde entonces, el peyote es sagrado para la comunidad indígena de la región. Sin embargo, grupos de turistas como nosotros, vamos en busca de él sólo por diversión, sin ningún fin espiritual o medicinal.
Después de casi una hora de estar buscando, conseguimos lo suficiente para un viaje para cada uno. Se necesitan dos peyotes grandes para alucinar chido, sin malviajes, al menos eso nos dijo el guía. Probarlo, pero sobre todo tragarlo fue toda una experiencia. El sabor es realmente asqueroso, es más, no se como describirlo, es amarguísimo, ácido, biscozo y suave, todo a la vez. "Ahorita no van a sentir nada, toma una o dos horas en hacer efecto, en lo que lo digieren, y el viaje puede durar entre 5 y 6 horas", nos dijo el chavo. Seguimos con el trayecto, ahora de regreso.
Subimos otra vez el empinado camino empedrado. En el trayecto, comíamos gajitos de peyote poco apoco; mi hermana no soportó el amargo sabor y lo escupió: mejor, más para nosotros tres. Llegamos a un conjunto de ruinas justo en el medio de dos enormes montañas. Una altísima chimenea se levantaba entre las rocas de las paredes de los cerros. Bajamos y admiramos la belleza del lugar. Las paredes de las construcciones estaban cubiertas de musgo verde y crecían entre ellas enormes plantas y agaves gigantes.
"Esta, es la mina el Socavón, una de las más importantes de todo el Real. De cada tonelada extraida de la mina, 900 kilos eran plata pura y 100 kilos eran escombro o desecho. Se dice que aquí habitaba un grupo indígena llamado Los Negritos, que sabían perfectamente que la plata valía mucho para los blancos. Un español que sabía de las altas concentraciones del metal, envió a 14 guerreros a entablar un tratado de paz con el líder de la tribu, pero éste les cortó la cabeza y las colgó en los 4 cerros que rodean a Real, de ahí viene el nombre de Real de Catorce, por los guerreros que murieron tratando de establecer la paz", nos contó nuestro guía.
Después de la explicación, salimos a explorar. Era realmente impresionante sentir el aire fresco, y sobre todo puro, entrar en los pulmones y salir. Caminamos hacia la entrada de la mina. Un viento extremadamente frío salía de ella, y la obscuridad interna hacía que un escalofrío recorriera todo mi cuerpo, era como ver una boca de lobo abierta de par en par, y nosotros nos disponíamos a entrar.
No se en qué momento me autonombré "guía oficial", pero yo iba al frente de todos. Nuestros pasos hacían eco cuando pisábamos el suave piso fangoso de la cueva. La obscuridad era total. Saqué mi celular, pero su luz solo alumbraba unos cuántos centímetros al frente. Uno de los chicos que venían con nosotros, sacó una pequeña lamparilla que tenía su celular, y ya con los dos alumbramos el camino. Avanzamos 20 metros aproximadamente, cuando una mancha negra en el suelo me hizo detener el paso. ¡Alto!, les dije, "Hasta aquí llegamos" - Un agujero estaba al frente de nosotros, en el que se encontraba una pequeña caida de agua. Dimos meda vuelta y regresamos. Leonela y yo moríamos de sed, y sin pensarlo, tomamos un poco de la helada agua que corria por la cueva. Deliciosa.
Las horas habían pasado sin que nos diéramos cuenta. Abordamos de nuevo el Jeep y emprendimos el regreso. Nos quedaba muy poco tiempo antes de alcanzar el último autobús que sale de Real. Llegamos al pueblo, compramos algunas cosillas y corrimos hacia la entrada. El túnel Ogarrio nos esperaba, obscuro y frío, tal y como lo habíamos dejado el día anterior. Esperamos algunos minutos y subimos al camioncito.
No se qué pasó.... fue como si nos hubieran activado un chip a los tres, pero Leonela, Fernando y yo nos volteamos a ver casi al mismo tiempo. "¿Ves lo que yo?", me preguntó Fer. "No se que veas tu, pero veo algo", le dije. Leonela se volvió hacia mi y me dijo "¿Sientes algo?"... "si, definitivamente si, pero chido ¿no?", le contesté. "bien chido", me confirmó.
Y ahí comenzó el segundo viaje... pero eso se los cuento después.
*Pd. Exageré con lo del tornado, no dimos vueltas, ni había aire, ni tierra, ni nos asustamos jajaja si lo vimos, pero muy, muy lejos de nosotros. Nada más era para hacerlo más interesante. Un abrazo a todos y espero sus comentarios.