lunes, 3 de agosto de 2009

REAL DE CATORCE - Día 2


Fragmento Día 1:
"
Bebimos y estuvimos despiertos hasta las 4 de la mañana, platicamos increiblemente y después, a dormir... El siguiente, sería un día muy, muy largo y con muy poco tiempo."

.........

Programé mi alarma del celular a las 9 de la mañana. La verdad es que había bebido demasiado, que ni cuenta me di de a qué hora se acostó Fernando, y eso que la cama se movía horriblemente con solo acomodarse uno. La delgada cortina que cubría la ventana, dejaba pasar casi por completo los rayos del sol, por lo que antes de la hora programada, mis ojos se abrieron, consulté el reloj... eran a penas las 8:30, pero me sentía muy cansado, por lo que la volví a poner a las 10.

9:40 am TOC!, TOC!, TOC!... Fernando saltó de la cama y asustado preguntó "¿Qué pasó?"; yo apenas abrí los ojos, voltié a verlo y le dije: "Tranquilo, debe de ser Leonela, duérmete", jajaja y sin pensarlo se volvió a dormir, dejándola parada en la puerta. En punto de las 10 sonó mi despertador y Fer se levantó directo a la ducha, yo aproveché para seguir durmiendo. Cuando salió, no tuve más remedio que despertarme, estirarme y meterme al agua.

Con sólo sentarme en la cama, sentí que el estómago se me saldría por la boca y la nariz... definitivamente tenía una cruda marca Diablo. Corrí al baño para evitar un "accidente", pero nada, sólo era la asquerosa sensación de náuseas. Abrí la regadera con el agua caliente y así me metí, casi me sentía en un caldo de pollo, pero había leído que un cambio brusco de temperatura hace reaccionar al cuerpo. Terminé de bañarme, y antes de cerrar las llaves de agua, abrí por completo la fría y cerré la caliente. ¡El shock fue terrible!, por la noche la temperatura bajó considerablemente y el agua helada se sentía como miles de cuchillos cayendo sobre mi; no grité para que Fernando no se riera de mi.

Realmente funcionó; me sentía despierto, fresco y animado. Salí pasadito de las 11; Fernando estaba parado en la puerta con una botellita de agua mineral en la mano, "¡Justo lo que necesito!", pensé y le pedí un poco, le dí un buen trago y lo escupí inmediatamente. "¡Estás loco!, ¿Qué te pasa wey?, ¡esto es Whisky!, ¡NO MAMES!, todavía ni desayunas cabrón", le dije; él sólo se rió y me dijo "No hay que perder tiempo".

Salimos del cuarto. Mi hermana y mi prima nos esperaban desesperadas porque tenían hambre y ya eran casi las 11:30 de la mañana. Bajamos el montón de escalones que nos separaban de las empinadas calles de Real de Catorce. Decidimos desayunar en unos pequeños puestecillos de comida tradicional potosina (Tacos rojos, enchiladas y gorditas), a unas cuadras de nuestro hotel.

Tan sólo oler la grasa con la que freían la comida, me devolvió el asco y el dolor de cabeza. "Yo nada más quiero una Coca, no creo poder comer nada más", dije. Se rieron de mi cuando no pude ni tomarme el refresco, el asco no me dejó. Se acercó a nosotros un chavo que nos ofrecía un paseo en Willy's, 3 horas en un Jeep de los años 40, que pasaría por toda la sierra, hasta bajar al desierto. $120 pesos no sonaba nada mal, por lo que de inmediato dijimos que si, pero que nos esperara, pues tenían que terminar de desayunar y después teníamos que ir al hotel por nuestras cosas; el chavo se ofreció a llevarnos al hotel y de ahí partir hacia la aventura.

Yo no pude aguantar más, les dije que no desayunaría y que los esperaba en el hotel, quería descansar un poco más, me sentía realmente de la fregada. Camino a la habitación, pasé por una tienda, compré dos Sal De Uvas, una botella de agua y un Gatorade. Llegando me tomé los dos sobres con el "remedio" y me tiré a dormir. Casi 40 minutos después llegó Fernando, arreglamos todas nuestras cosas y bajamos. El carrito era bastante mono: un compacto camioncito color azul, casi cayéndose a pedazos, estaba estacionado en la entrada de nuestro hotel. Por las condiciones en las que yo estaba, pedí el asiento de adelante. Dos chavos más se subieron en la parte de atrás, junto con mi hermana y Leonela. El loco de Fernando, decidió irse en el techo del Willy.

En cuanto arrancó, parecía que el Jeep se desarmaría por completo, todo le tronaba... hasta la reversa. En poco tiempo dejamos atrás el pueblo fantasma en el que estábamos y comenzamos a bajar por una pronunciada pendiente a la orilla de altos barrancos y escarpados riscos. Cuando me di cuenta de que por el camino en el que íbamos sólo podría pasar un carro, y que la altura del barranco por el que pasábamos era muy, pero muy considerable, la peda, cruda o lo que fuera, se me quitó en ese maldito instante. "Ángel del buen camino, acompáñanos y llévanos con bien a nuestro destino", era lo que rezaba constantemente en mi cabeza, una oración que mi abuela nos enseñó desde que estábamos pequeños... Y que mejor momento que ese para emplearla.

Bajamos, y bajamos, mientras yo rezaba y rezaba, y seguía rezando. Una hora y algo después, llegamos al desierto. La carretera pasaba justo por en medio de una inmensa planicie llena de arbustos pequeños y palmeras de desierto. *De pronto, un ruido ensordecedor nos aturdió a todos, el aire elevaba enormes nubes de polvo y el Jeep se movía de un lado a otro. "¡Agárrense!", gritó nuestro guía, mientras el auto empezaba a girar lentamente. Me asomé por la ventana, no podía creer lo que estaba viendo por fuera, era algo que sólo había visto en las películas y que no sabía que también pasara en nuestro país. Me quedé asombrado por la belleza de ese fenómeno, pero también me moría de miedo por dentro. Tenía ante mi un enorme tornado que subía hasta el cielo. No se cuánto tiempo pasó, sentí que fueron horas, pero poco a poco ese monstruo fué desapareciendo, y después de unos minutos de calma, retomamos el camino.

Por fin nos detuvimos. Mi chamarra negra, era ahora blanca de tanta tierra y arena de desierto. Fernando saltó del techo, se sacudió todo el polvo y me dijo: Ponte a buscar. No supe a qué se refería, sólo caminé siguiendo al guía. Todos formamos un semi círculo alrededor de una pequeña flor con forma de espinas que estaba en el piso, debajo de un pequeño matorral, como los que abundaban en todo el desierto. "Esto, es un peyote brujo, una rara especie de cáctus que crece debajo de estos matorrales que se llaman Gobernadora. Este peyote no se come, es tóxico, en cambio, tiene unos vellitos que se fuman como si fuera marihuana", dijo el guía. "Si se fijan bien", continuó, "Encontrarán esta especie de cáctus con forma de flor verde, ese es el peyote huichol, ese es el que se come y te da buenos viajes, a eso venimos, a buscarlo. ¡Vamos!, busquen, aquí hay mucho".

No tuvo que decírnoslo dos veces. Nos explicó que hay dos tipos de peyote comestible, el macho y la hembra. El macho se encuentra solo, debajo de una gobernadora, mientras que la hembra se encuentra igual, debajo de ese matorral, pero rodeada de muchos peyotes más. También nos dijo que no todos tienen el efecto alucinógeno, tiene que ser un peyote maduro, con más de 6 o 7 gajos,ya que los pequeños no tienen el narcótico que todos buscamos.

Encontrarlos no fué tan fácil como creimos, pues a pesar de que abunda en casi todas las gobernadoras, se encuentra cubierto por la tierrecilla del desierto, por lo que es muy difícil verlo. Hallar una pieza fue como un trofeo. Realmente, estar ahí buscando el "Fruto sagrado de los Huicholes", era como estar de cacería. Cuenta la leyenda, que el pueblo Huichol se encontraba hace muchos, muchos años, muriendo por hambre y enfermedades, por lo que los ancianos de la tribu, mandaron a cuatro cazadores al desierto, a ver que encontraban. Durante días persiguieron a un venado que los llevaba de un lugar a otro. Cuando por fin estuvieron cerca de él, el animal saltó detrás de una gobernadora y desapareció. Los cazadores corrieron a su encuentro, pensando que se habría metido en una grieta del suelo, pero lo que hallaron, fue un grupo de peyotes con forma de venado. Lo cortaron y lo llevaron ante los ancianos, lo repartieron entre la gente y el hambre y las enfermedades desaparecieron. Desde entonces, el peyote es sagrado para la comunidad indígena de la región. Sin embargo, grupos de turistas como nosotros, vamos en busca de él sólo por diversión, sin ningún fin espiritual o medicinal.

Después de casi una hora de estar buscando, conseguimos lo suficiente para un viaje para cada uno. Se necesitan dos peyotes grandes para alucinar chido, sin malviajes, al menos eso nos dijo el guía. Probarlo, pero sobre todo tragarlo fue toda una experiencia. El sabor es realmente asqueroso, es más, no se como describirlo, es amarguísimo, ácido, biscozo y suave, todo a la vez. "Ahorita no van a sentir nada, toma una o dos horas en hacer efecto, en lo que lo digieren, y el viaje puede durar entre 5 y 6 horas", nos dijo el chavo. Seguimos con el trayecto, ahora de regreso.

Subimos otra vez el empinado camino empedrado. En el trayecto, comíamos gajitos de peyote poco apoco; mi hermana no soportó el amargo sabor y lo escupió: mejor, más para nosotros tres. Llegamos a un conjunto de ruinas justo en el medio de dos enormes montañas. Una altísima chimenea se levantaba entre las rocas de las paredes de los cerros. Bajamos y admiramos la belleza del lugar. Las paredes de las construcciones estaban cubiertas de musgo verde y crecían entre ellas enormes plantas y agaves gigantes.

"Esta, es la mina el Socavón, una de las más importantes de todo el Real. De cada tonelada extraida de la mina, 900 kilos eran plata pura y 100 kilos eran escombro o desecho. Se dice que aquí habitaba un grupo indígena llamado Los Negritos, que sabían perfectamente que la plata valía mucho para los blancos. Un español que sabía de las altas concentraciones del metal, envió a 14 guerreros a entablar un tratado de paz con el líder de la tribu, pero éste les cortó la cabeza y las colgó en los 4 cerros que rodean a Real, de ahí viene el nombre de Real de Catorce, por los guerreros que murieron tratando de establecer la paz", nos contó nuestro guía.

Después de la explicación, salimos a explorar. Era realmente impresionante sentir el aire fresco, y sobre todo puro, entrar en los pulmones y salir. Caminamos hacia la entrada de la mina. Un viento extremadamente frío salía de ella, y la obscuridad interna hacía que un escalofrío recorriera todo mi cuerpo, era como ver una boca de lobo abierta de par en par, y nosotros nos disponíamos a entrar.

No se en qué momento me autonombré "guía oficial", pero yo iba al frente de todos. Nuestros pasos hacían eco cuando pisábamos el suave piso fangoso de la cueva. La obscuridad era total. Saqué mi celular, pero su luz solo alumbraba unos cuántos centímetros al frente. Uno de los chicos que venían con nosotros, sacó una pequeña lamparilla que tenía su celular, y ya con los dos alumbramos el camino. Avanzamos 20 metros aproximadamente, cuando una mancha negra en el suelo me hizo detener el paso. ¡Alto!, les dije, "Hasta aquí llegamos" - Un agujero estaba al frente de nosotros, en el que se encontraba una pequeña caida de agua. Dimos meda vuelta y regresamos. Leonela y yo moríamos de sed, y sin pensarlo, tomamos un poco de la helada agua que corria por la cueva. Deliciosa.

Las horas habían pasado sin que nos diéramos cuenta. Abordamos de nuevo el Jeep y emprendimos el regreso. Nos quedaba muy poco tiempo antes de alcanzar el último autobús que sale de Real. Llegamos al pueblo, compramos algunas cosillas y corrimos hacia la entrada. El túnel Ogarrio nos esperaba, obscuro y frío, tal y como lo habíamos dejado el día anterior. Esperamos algunos minutos y subimos al camioncito.

No se qué pasó.... fue como si nos hubieran activado un chip a los tres, pero Leonela, Fernando y yo nos volteamos a ver casi al mismo tiempo. "¿Ves lo que yo?", me preguntó Fer. "No se que veas tu, pero veo algo", le dije. Leonela se volvió hacia mi y me dijo "¿Sientes algo?"... "si, definitivamente si, pero chido ¿no?", le contesté. "bien chido", me confirmó.

Y ahí comenzó el segundo viaje... pero eso se los cuento después.

*Pd. Exageré con lo del tornado, no dimos vueltas, ni había aire, ni tierra, ni nos asustamos jajaja si lo vimos, pero muy, muy lejos de nosotros. Nada más era para hacerlo más interesante. Un abrazo a todos y espero sus comentarios.

lunes, 27 de julio de 2009

REAL DE CATORCE - Día 1


"Real de Minas de Nuestra Señora de la Limpia Concepción de Guadalupe de los Álamos de Catorce", es el nombre original y completo de ese hermoso pueblo fantasma ubicado en el punto más alto del estado de San Luis Potosí. A 2 mil 700 metros sobre el nivel del mar, Real de Catorce mezcla mistisismo, aventura, historia, tradiciones, diversión, y temperaturas extremas, propias del desierto.

Después de casi una semana de indecisiones sobre si haríamos o no el viaje, por fin mis primos Leonela y Fernando, así como mi hermana, dijeron "Vamonos". No planeamos absolutamente nada. Por internet vimos algunas recomendaciones de "como llegar", "que hacer", "donde hospedarse", etc... pero jamás hicimos nada formal. Decidimos salir el sábado por la tarde, pues mi hermana trabaja hasta las 2 ese día.

Leonela y yo nos despertamos un poco tarde. A las 10:20 sonó mi celular, vi la fotografía de Fernando aparecer en la pantalla, deslicé el slide y respondí "Mmm..."; "Te desperté?" preguntó, como si mi tono no hubiera sido por demás claro -Bueno, solo hablaba para decirte que llego a tu casa como a las 12, para ver si tenemos que comprar algo antes de irnos, o lo que sea. Colgamos.

Con arena de sueño en los ojos, bajé a desayunar. Leonela me siguió y fue hasta ese momento que llamamos a la central de autobuses para preguntar los horarios de salida, llegada, etc... Mi tía Tere se encargó de ello. Terminé de desayunar y subí a bañarme; 12 en punto sonó el timbre, era Fernando. Algo que le admiro a mi primito, es que es ASQUEROSAMENTE puntual, pareciera que llega 15 minutos antes y se espera a que dé la hora exacta para tocar el timbre; en fin, Leonela también se estaba bañando, por lo que mi papá, mi tía y él, fueron a pagar los boletos previamente reservados.

Cuando regresaron, estábamos listos. -Cuáles son los boletos?, pregunté. Fernando me enseñó ocho papelillos blancos con letras impresas en un pálido gris que parecía estar desapareciendo. -Qué es esto?, "boletos electrónicos", me dijo. Llegamos a las 2 en punto por mi hermana y 2:10 estábamos llegando a la terminal. Los boletos decían 2:25 pm, "Estamos en tiempo", pensé. A las 2:30 abordamos el autobús que nos llevaría a Matehuala. Por lo inaccesible del terreno, no existe ninguna ruta directa a REAL, primero debíamos llegar a Matehuala y de ahí saldríamos al pueblo.

3:00 pm, 45 minutos de retraso, pero bueno, al fin salimos. Admiré le belleza del desierto potosino, y poco a poco me fui quedando dormido; desperté cuando arribamos a la terminal de Matehuala. Llegamos poco antes de las seis, por lo que casi inmediatamente (y después de una rápida parada técnica en el baño), subimos al autobús que nos llevaría a nuestro destino final... o eso creíamos.

Avanzamos unas cuantas cuadras y llegamos a una segunda terminal dentro de la misma ciudad; ahí, el conductor nos dijo que los que ibamos para "EL RIAL", teníamos que bajar y cambiar de autobús, pues él no nos podría llevar. Una pareja de "Gringos" no comprendió el mensaje y se cambiaron de asiento. Diles algo, me sugirió mi hermana, por lo que en mi inglés mocho les di las indicaciones del chofer, a lo que después de una risita de verguenza, descendieron junto con nosotros. -Y estás seguro de que ellos también van para allá?, preguntó Fernando... Me quedé helado, jamás pasó por mi mente la posibilidad de que ellos se dirigían a otro lado y yo les dije que se bajaran; mientras me repetía "estúpido" una y mil veces en mi cabeza, vi el autobus alejarse de la terminal; si ellos debían haberlo abordado, era demasiado tarde. "Todous nosotrous vamous parra Real de Catrorce?", preguntó la chica rubia de ojos azules... "Uff", pensé.

Abordamos la nueva unidad, me aseguré de que los "gringos" se subieran y me acomodé en el asiento con la intención de dormir una vez más. A media hora de Matehuala, se encuentra el poblado El Cedral. Llegamos a la terminal de ese pequeño sitio y sin una explicación clara, una vez más nos pidieron que bajaramos y cambiáramos de camión. Fernando echaba chispas por las orejas, es de las personas más desesperadas que conozco y tanto cambio lo estaba fastidiando. 25 minutos después llegó un nuevo autobús y partimos una vez más.

El paisaje era maravilloso: una inmensa planicie adornada con nopales, tunas, palmeras de desierto y pequeños arbustos; al fondo, las montañas marcaban su silueta tras los potentes rayos del sol, pues a pesar de ser casi las 6 de la tarde, se encontraba muy arriba en el cielo. Un letrero que indicaba la ruta, marcó un cambio de dirección y con un pequeño giro, abandonamos la carretera de asfalto, para ingresar a un angosto camino de terracería que se perdía a lo lejos y entre los cerros al frente. No se cuánto tiempo, ni cuántos kilómetros fueron, pero antes de llegar al poblado La Luz, en medio de la nada, frente a un complejo de ruinas postcolombinas y desierto alrededor, el autobús simplemente se detuvo y el motor dejó de funcionar. Me dió un ataque de risa de ver la mala suerte que teníamos en ese viaje, en cambio a Fernando, la bilis comenzaba a derramársele.

-"Bajemos, ¿para qué te enojas?, con eso no vas a hacer que se arregle el motor, mejor vamos a las ruinas", le dije, y con un suspiro de resignación, bajó conmigo; minutos después, mi hermana y mi prima nos alcanzaron. El chofer intentó varias veces encenderlo, falló en todos. Ingresamos a lo que parecía haber sido una inmensa casa construida con cantera rosa, piedra utilizada en casi todas las construcciones de este Estado. El paso del tiempo no arrancó la historia de ese lugar: claros rastros negros en las paredes y en lo que antes fue un techo, indicaban que había sido consumida por un incendio.

Esperamos cerca de una hora, talvés menos, y a lo lejos pudimos observar un microbús que venía a nuestro rescate. Emocionados, algunos aplaudimos, otros gritaron, pero al final, todos corrimos para obtener un buen lugar en el nuevo medio de transporte. Una señora subió al final, cargada con 3 o 4 cajas enormes, llenas de sandías gigantes, verdes y supongo que muy jugosas. Un viejito de aproximadamente 80 años, no resistió y se quejó: "Bueno, ¿tanta caja que?, ya taparon el paso aqui, ¿por dónde quieren que pase el chofer?, ¿que brinque?... nombre, nada más faltaron las gallinas... ¡SEÑORA!, ¡LE FALTARON LAS GALLINAS!", gritó. Todos reimos a carcajadas.

Subimos, y subimos, y subimos por un camino de piedra que hacía que se nos moviera hasta el desayuno de varios días anteriores. Mi pánico por las alturas me hizo cerrar los ojos, al ver los altos voladeros por los que pasábamos. "¿Te gustó mi sorpresita?, quería que lo vieras de día para que de verdad sufrieras, pero pinche camión", dijo Fernando. -Pendejo, le contesté, y volví a cerrar los ojos.

En punto de las 9 de la noche, y con casi tres horas de retraso, por fin llegamos al Tunel Ogarrio, entrada principal de Real de Catorce. 2 mil 300 metros de humedad, piedra fría, obscuridad total y una belleza incomparable, nos separaban del mágico pueblo fantasma. Cuando por fin salimos, fue como haber atravesado un tunel del tiempo: Eso no era el 2009.

La obscuridad era casi total. Al otro lado del tunel, el espacio abierto era increible. Construcciones antiquísimas de piedra se levantan a los costados de un enorme estacionamiento. Podría decirse que por las calles de Real de Catorce, sólo circulan los autos de los locales, todos los turistas tienen que dejar su vehículo a la entrada del pueblo.

No había terminado de bajar el pie del autobús, cuando un grupo de niños me rodeó y gritaban al mismo tiempo "¿le doy un tour?", "¿ya tiene hotel?", "¿quiere que lo lleve?", y muchas cosas más, a las que una y otra vez contestaba "no gracias" y avanzaba lentamente pues me obstruian el paso. Por fin desistieron y nos adentramos en las calles de piedra.

Todo cerrado...o talvés abandonado, no lo se, pero realmente da escalofríos de noche, tanta soledad en la calle, tanta obscuridad en las ventanas, tanto frío en el aire. Buscamos el hotel, subimos dos calles muy empinadas, y cuando por fin llegamos, yo traía el corazón en la garganta. -Sigue fumando, me dijo mi primo. -Pendejo, le contesté otra vez, pero tiene toda la razón.

Ver el hotel hizo que de plano mi corazón saliera de la garganta y se fuera corriendo. Era un grupo de cuartos al estilo vecindad, con un patio central y cientos de escalones por doquier. "Que nos toque abajo", pensé, pero la recepcionista subió y subió y subió, mientras nosotros la seguíamos casi a gatas. Genial; último piso, 78 escalones, pero una terraza con cientos de estrellas iluminando la noche.

Durante el camino, nos burlamos de mi hermana, porque su maleta pesaba como si trajera un muerto, pero no, era una toalla, jabón, papel sanitario, y muchas cosas más, que en un hotel 3 estrellas hay. Fernando abrió nuestra habitación. Nada mal para 125 pesos por persona. Sentarse en la cama, fue como acomodarse en una piedra rechinante; "ahora entiendo el precio", pensé. "¡No hay papel!", me gritó Fernando al inspeccionar el baño; "Ni toallas, ni jabón, ni shampoo, ni nada". Reí a carcajadas y fui con mi hermana a pedirle un poco de todo. Su cama si era suave, y estaban bien preparadas. Mujeres al fin y al cabo.

Dejé mis cosas sobre la pequeña mesa y salí a la terraza. Quedé impresionado por la belleza del lugar. Una mancha blanca y borrosa rodeaba a todo el poblado. -Qué chidas nubes!, le dije a mi primo cuando se acercó a mi. "No son nubes, son cerros, Todo Real está rodeado de montañas", me corrigió. Mi boca se fue al piso. La obscuridad de la noche no permitia ver la silueta de los monstruos de piedra que tenía frente a mi, sólo veía las cicatrices blancas que el tiempo hizo en ellos.

- Tengo hambre, dijeron Leonela y mi hermana, y bajamos a buscar algo de cenar. Eran casi las 10:30 de la noche y había algunos puestos de comida abiertos. "Alcohol!, queremos alcohol!", dijimos Fer y yo, y corrimos a la única tienda abierta en nuestra calle. Salimos felices con una botella de Smirnoff y un Etiqueta Roja, además de 4 vasos de unicel de litro. "A eso venimos", dijimos casi al mismo tiempo.

Mientras ellas cenaban, nosotros subimos al cuarto a dejar nuestras compras y a preparar los primeros 4 litros de alcohol; suena mucho, pero era uno para cada uno y tendría que aguantarnos el tiempo que estuvieramos en la calle. ¡Sorpresa! las niñas no quisieron, así que con la pena, teníamos dos vasos para cada uno. "Dicen que por allá arriba hay un antro con rock en vivo, ¿vamos?", preguntó Leonela.

Caminamos hacia él y efectivamente, una melodía de The Doors se escuchaba estridente, y con muy buena calidad musical para ser honestos. "No podemos pasar con las bebidas", recordó Fernando, por lo que tuvimos que apresurar el paso bebiendo. Unos niños que se encontraban sentados frente a la entrada del bar, nos dijeron de uno más tranquilo, a una cuadras de ahí, por lo que fuimos a ver, para decidir a cuál entrábamos.

Efectivamente, era más tranquilo... tanto que estaba cerrado y parecía haberlo estado en mucho tiempo. Regresamos al bar y después de darle el tiro de gracia al último sorbo de nuestras "copas", entramos algo mareados al lugar. Pedimos 3 micheladas y Fernado una cerveza. Eran realmente exquisitas, podría atreverme a decir que las mejores que he probado en mi vida. Dos fueron suficientes para ponerme a bailar y cantar incluso las canciones que no me gustan. La cruza de Vodka y cerveza, no se la recomiendo a nadie.

Regresamos al hotel alrededor de las tres de la mañana. Las niñas se despidieron, amenazándonos con levantarnos temprano. Yo me quedé en la terraza disfrutando del acuchillante viento helado que golpeaba mis mejillas y me hacía tiritar; "Con más, se me quita", fui por otro litro. Me sentía verdaderamente imbécil de alcohol. El frío ya era insoportable, por lo que nos metimos a la habitación. Bebimos y estuvimos despiertos hasta las 4 de la mañana, platicamos increiblemente y después, a dormir... El siguiente, sería un día muy, muy largo y con muy poco tiempo.